Cuatro años de crisis, tres de programas de austeridad y recortes sociales parecen bastantes. El actual mando de la política económica europea (el Banco Central, la Comisión, las Merkel y los Sarkozy) no nos ha conducido a nada que se asemeje a la esperada recuperación. Antes al contrario, su obcecada pleitesía a los intereses de los acreedores (léase: grandes bancos) sólo ha servido para animar y bendecir la mayor operación de socialización de deuda privada de la historia europea (léase: crisis de la deuda soberana y previsible quiebra de los llamados estados periféricos). Y lo que es peor, nos ha llevado a una situación de crisis permanente y «sin salida» posible. En ausencia de otros protagonistas, el desenlace de la tragicomedia europea ha quedado reducido a la alternativa entre un cambio radical (del que ni la clase política ni las élites económicas parecen capaces) o la insistencia en el neoliberalismo rampante, que amenaza con llevarse por delante al proyecto europeo, moneda incluida. Pero como ante el peligro del poeta, en la crisis europea también «crece lo que salva». El antídoto ha venido de la mano de los movimientos ciudadanos que hoy se extienden por casi toda la geografía continental. Se trata del 15M, del movimiento de las plazas griegas, de los huelguistas franceses y de los indignados de un número creciente de países. Es en este work in progress de reinvención política, donde se puede hallar la salida social a la crisis, además del rescate de lo único que realmente importa: la democracia y la sociedad europea. ?