En la silvestre y encantada fraga de Cecebre situó el autor su canto a la naturaleza, ese “himno gigante y extraño“, que hubiera dicho Bécquer, a la naturaleza de la fraga, tan viva que sufre como un ser humano. Fue este uno de los libros preferidos de su autor, libro poético y tierno, aunque sin soslayar el realismo de la vida campesina, bosquejada con pinceladas teñidas de humor e ironía.