Sin olvidar los elementos del cuento tradicional, Edith Nesbit los sazona y enriquece con ingredientes propios: humor, ironía y metáforas muy próximas a la vida cotidiana del mundo que le tocó vivir, una sociedad industrializada, ávida de técnica y de nuevos inventos. Por eso, en estos relatos encontramos cuentos como el del dragoncito, desplazado e infeliz, cuya bebida favorita es el petróleo, y que, siendo el último representante de una raza a punto de extinguirse, solo alcanzara la felicidad al convertirse en el primer avión.