Nacen estos cornetas del Apocalipsis como una ampliación de aquellos jinetes que publicó EL PAÍS en los cinco domingos de agosto de 2010. Entonces fueron Alfonso Ussía, César Vidal, Carlos Dávila y Pío Moa. A estos cuatro jinetes se les sumaba Federico Jiménez Losantos, en su papel de ángel que les encauza y empuja. Ya decía entonces que no estaban todos los que eran, aunque todos los que estaban, eran. Así que decidí doblarles, y de los cinco jinetes vienen los diez cornetas. A los ya conocidos, aquí ampliados y más comentados, agregamos a Hermann Tertsch, Juan Manuel de Prada, Fernando Sánchez Dragó, Antonio Burgos e Isabel San Sebastián. Que nadie piense que ya completamos la lista: quedan decenas en la reserva, igual de fieros, igual de vociferantes.
Es sabido que las trompetas del Apocalipsis son siete, siguiendo la estructura septenaria del Libro sagrado. Pero dada la categoría de los músicos aquí recogidos, me ha parecido exagerado adjudicarles la nobleza de la trompeta, y he preferido dejarlos en modestos cornetas, instrumento de registros suficientes para la banda, con sus tambores y el mucho ruido, pero exiguos para la orquesta y la complejidad de sus armonías. Por tal motivo, he tenido que emplear un número mayor de instrumentistas para equiparar el volumen de sonido de las siete trompetas. Me he alargado pues hasta diez cornetas, número muy convencional, pero reconocible por todos como suficiente para una recopilación.
Es imposible no hablar de estos publicistas y obviar el movimiento del Tea Party norteamericano. Porque hay similitudes, claro, que algunos de ellos se trajeron las enseñanzas bien aprendidas de sus viajes a Estados Unidos. Como las hay entre la utilización que de este movimiento ultraconservador hacen los republicanos y cómo aquí, con hipócrita gesto de ofendidos, aprovecha su sustancia el Partido Popular. No me mezclo pero cómo me sirvo de su munición, parecen decir. Pero el movimiento español ha elegido la vía de la más vergonzante ramplonería a la de la sutileza. La fusión de las proclamas neoliberales con sangre de toro, los zarajos y los carajillos conforman una olla podrida de difícil digestión intelectual.