María de los Dolores es la mujer que te cruzas a la salida del portal, en la puerta del colegio, en la parada del mercado. La mujer que mira hacia abajo y sonríe poco. Que tiene mucho que decir y calla siempre.
La protagonista de esta historia luchará hasta el fin porque sus hijos no oigan, no lloren, no sufran, y se esconderá tras las puertas para que tampoco vean. Hasta que ni el maquillaje oculte lo inconfundible.
A veces, nuestro propio nombre hace honor a nuestro destino. Sin defraudar. Tal vez, solo tal vez, leyendo esta novela podamos comprender que ellas son mujeres presas dentro de una cárcel invisible.
La violencia no es patrimonio de algunos hombres, sino la herramienta de los maltratadores.
En el presente, seguimos estando frente a unas estadísticas en las que aumentan el número de víctimas, mientras parece que la sociedad se desinsensibiliza frente a una lacra para la que no se le encuentra una fórmula de erradicación.
Ojalá, hablar sobre ello pueda servir de ayuda a las víctimas, viéndose reflejadas en la forma que enfrenta la víctima el modus operandi de su agresor. Esto es un hecho, no una ficción, sino que, por desgracia, es una realidad día a día.