Un niño tiene que enfrentarse a un compañero de clase violento, y, ante esta situación a la que no quiere hacer frente, pide a su mesa que le trague; la mesa, efectivamente, se lo traga. Y el niño va a parar al país de las cosas que se pierden o que se olvidan. Encuentra a muchos amigos que también, como él, tuvieron miedo alguna vez, o no quisieron enfrentarse a situaciones comprometidas (como el puré de verduras que no querían comer); todos esos niños pidieron ser tragados y fueron a parar allí. Entre estos niños está el violento compañero de clase que tanto temía; al ver que incluso él tiene sus propios miedos, decide que lo mejor es enfrentarse a las cosas, pues le ha dado demasiada importancia a sus problemas y en realidad sólo necesita intentar resolverlos para quitárselos de encima. El niño vuelve al mundo real y se enfrenta con sus miedos.