Han pasado diez largos años desde que estalló la guerra, y el matrimonio sigue sin conocer el paradero de sus hijos, sin saber si su país fue el agresor o el agredido. Fuera cual fuese el origen de la contienda, él, hombre de campo, y ella, su antigua patrona, siguen amándose y sus vidas transcurren sencilla y rutinariamente.
Un día un muchacho mudo entra en su propiedad. Al principio lo encierran como a un prisionero, pero acaban por tomarle cierto cariño y, cuando las autoridades comunican que la zona debe ser evacuada y que tienen que poner rumbo a la ciudad transparente, los tres parten juntos. En ese momento el muchacho es bautizado como Julio.
Las puertas de la metrópoli muestran una clara advertencia: el aire mece los cuerpos sin vida de los traidores. En su interior, la ciudad transparente es casi un paraíso que provee a sus habitantes de todo aquello que cualquiera desearía en un hogar: armonía, limpieza y protección. Impera un orden riguroso, una calma autoritaria y una absoluta transparencia: no están permitidos los secretos ni las paredes.
En una sociedad en la que lo privado es de dominio público, en un mundo feliz y asfixiante que ataca pasivamente a la dignidad d...