Aprovechando el éxito obtenido por Tartarín de Tarascón, Daudet emprendió la tarea de hacerlo escalador alpino y casi cómplice de una decimonónica aventura terrorista. Siempre se ha dicho que nunca segundas partes fueron buenas, pero esto no ocurrió con el Quijote, y tampoco con nuestro quijotesco héroe. Si en la primera parte quedó definido de forma inigualable el prototipo, en ésta la acción es mucho más viva y variada. «A nuestro juicio —afirmaba José María Valverde—, aunque la figura de Tartarín haya encontrado la inmortalidad vestido de turco y con un par de carabinas para cazar leonbes, su mejor realización literaria está en la segunda parte.