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No sabemos de dónde viene la magia de los títeres,
esa magia que esconden los cuerpos toscos, con
sus cabezas enormes y sus ojos de metal o de charol.
Cuando llegan a un pueblo o a una ciudad sacan a las
gentes de sus casas, las liberan de sus ocupaciones,
tanto a chicos como a grandes, y las arrastran hasta la plaza,
hasta el jardincillo, hasta la escalinata o
hasta el patio de una casona donde, en un periquete,
se monta el humilde teatrillo de tela y allí, como por encanto,
brota una representación que nos atrapa...