Una hora de España (1924), pieza maestra del Azorín maduro, va mucho más allá de su protocolario propósito original como discurso de ingreso en la Real Academia Española, integra un perfecto artefacto literario que juega con el tiempo y el espacio y expresa la continuidad de una España plural que no se basa en la religión o en la política, sino en la idea de que la vida es sólo literatura, con su propia temporalidad.