Ingrid Beck vuelve con todo el humor de la «Guía (inútil) para madres
primerizas». Esta vez embarca en su locura a Alejandro
Fainboim, el pediatra de sus hijos.
La sala de espera de un pediatra es un cuadro dantesco. Ese lugar al que
llegamos luego de un arduo casting para encontrar al pediatra ideal es
el caldo de cultivo de piojos, mocos y virus en todas sus variedades. Es
el lugar al que llegamos con nuestras ojeras, bolsos, ropa manchada,
asientos de bebé, mamaderas y a veces también con lo que queda de quien
supo ser nuestra pareja. Y, por último, es el lugar donde está él o
ella. Nuestra salvación: el pediatra. El hombre o la mujer que nos
quitará todos los miedos, todas nuestras angustias, que nos ayudará a
criar al niño o niña y que nos dirá qué hacer, cuándo y cómo. Nos dirá
si está flaco o está gordo, si tiene que dejar la teta, si tiene que
dejar el pañal, si ya debería decir más de diez palabras, si ya debería
caminar, si ya debería dormir solo de un tirón, qué hacemos si se cae de
cabeza, si se corta, si tiene fiebre, en fin, que nos confirme que somos
pésimos padres y que la culpa es el motor de nuestras vidas. El pediatra
es todo, por eso este libro también es para ellos, que podrán reírse de
las insólitas preguntas que les hacemos los padres, en el consultorio o
por teléfono a las cuatro de la madrugada porque el nene tiene tanto
catarro que parece un cantor de tango.