No han cambiado demasiado las cosas desde entonces, aunque a partir de la organización nacional de 1853 y la capitalización de 1880, el centralismo fue ejercido ya no por la provincia de Buenos Aires, sino por el presidencialismo instalado "no casualmente" a orillas del Río de la Plata.
Tras la conquista de la independencia, Buenos Aires consolidó su hegemonía política y económica sobre el resto del país. El puerto y la aduana recaudaban, pero no compartían; las facilidades impositivas y financieras que el gobierno central otorgaba a sus aliados comerciales hundían a las economías provinciales. Al tiempo que la ciudad-puerto buscaba mirarse en el espejo de Europa, en las provincias la tradición criolla echaba raíces profundas.
Ni ángeles ni diablos, los caudillos fueron hombres de sus provincias que supieron encarnar los sentimientos y las convicciones de sus pueblos y encabezar la lucha contra el avasallamiento de la oligarquía porteña, expresado tanto en sus disposiciones políticas y económicas como en su presencia militar. La historia oficial, esa que escribieron los vencedores, los tachó de "bárbaros", "atrasados", "ignorantes".
Pero Pacho O'Donnell demuestra en estas páginas, de manera concluyente, que Artigas, Güemes, Ramírez, López, Bustos, Quiroga, Aldao, Ibarra, Peñaloza, Varela y Urquiza fueron en realidad personajes fascinantes, que supieron ganarse la devoción de los suyos encabezando la lucha contra el verdadero significado del "progreso" proclamado por los porteños: ese que iba inevitablemente asociado con la postergación y la ruina del interior.