Con inteligencia y profundidad, con sobriedad y sin aspavientos, la narradora de esta novela se embarca en la lectura de un mapa familiar que solo podrá iluminar a condición de no mirarlo de frente. Un recorrido que da como resultado una pieza íntima y honesta, filosa, por momentos una brújula, por otros, un arma cargada de sentimientos.
Aislada en el campo, en el momento más frío y oscuro de un invierno de encierro, una mujer de cuarenta y dos años espera el resultado de una biopsia. Habita un limbo ansioso plagado de presentimientos: un mes en el que tiene y no tiene cáncer. Pero esta espera la enfrenta a otros fantasmas, entre ellos el de su madre, que murió a la edad que ella tiene ahora. Los cuarenta y dos años eran su sentencia de muerte, y lo que parecía puro pensamiento mágico de pronto amenaza con tornarse real.
Entre las permanentes interrupciones de sus hijas y las tareas de la casa, escribe y piensa. Mira la planicie, mira el cielo, pero, como si se encontrara atrapada en una pirueta metafísica, solo puede ver el pasado -hacia adentro y hacia atrás-, uno en el que su madre todavía vive, su abuela encarna una energía oscura, y ella se vuelve la cabeza de una familia.
Con inteligencia y profundidad, con sobriedad y sin aspavientos, la narradora se embarca en la lectura de un mapa familiar que solo podrá iluminar a condición de no mirarlo de frente. Un recorrido que da como resultado una pieza íntima y honesta, filosa, por momentos, una brújula, por otros, un arma cargada de sentimientos.