Que España es un país católico es una afirmación que, entendemos, no puede ser puesta en entredicho. Dejando de lado criterios puramente estadísticos, en los que puede apreciarse más claramente que la mayoría de españoles está bautizada en la fe católica, es difícil negar que en la sociedad española sigue aflorando el sentimiento de pertenencia a la religión católica, arraigado desde hace siglos y que puede ser apreciado en no pocos sectores sociales. Tanto, que podría decirse que, a menudo, condiciona determinadas facetas absolutamente relevantes para el ser humano como la educación, el matrimonio o las relaciones interpersonales y, en ocasiones, hasta el trabajo puede verse afectado por ese sentimiento.