Este es un acto de confesión sobre los divinos placeres de la tentación que debe servir de guía a otros a todos nosotros.
Vean ustedes, soy un escritor tuerto que observa la vida con la doble intensidad de su único ojo y en el límite de la locura. Pero no soy un loco y se imaginarán que no escribo esto sólo para jugar a las muñecas.
Desde mi nacimiento me he sabido artista, un artista por quien transitan libremente el dolor y el placer, la vida y la muerte. Sépanlo de una vez por todas: soy el autor de este homenaje anónimo dedicado a todos aquellos seres fracturados en busca del amor. No admito culpa.