La reforma de la Constitución monárquica, bipartidista y antifederal producto de “la Transición” es prácticamente imposible. Sin embargo, cada vez son más numerosas las voces que la solicitan, y de manera perentoria. Pero no se va a reformar. Por la sencilla razón de que la Constitución se hizo para que no pudiera ser reformada, en la medida en que descansa en un principio de igualdad “domesticado”, con la finalidad de asegurar la restauración de la monarquía. Esto se tradujo en una composición y un sistema electoral para las Cortes Generales, que desembocaba en un bipartidismo dinástico en el Congreso al tiempo que cerraba, con la composición del Senado, la puerta al Estado federal. Esa domesticación ha operado de manera razonable aunque decrecientemente satisfactoria durante cuarenta años. Ya no es así. La alternativa es reforma o desintegración y, como asegura el autor, “me temo que la suerte ya está echada”.