No han sido pocos los escritores que, junto a sus obras de ficción, han ido sacando a la luz sus propias reflexiones sobre algunos aspectos del oficio o la vocación de escribir, los riesgos que conlleva, la necesidad de publicar, la tentación del silencio, la búsqueda de puntos de apoyo y de señales, de compañía, complicidad y estímulo, en el vasto legado literario. Este libro, que se incluye dentro de esta corriente, supone una toma de postura de Soledad Puértolas, autora, hasta el momento, de cinco novelas y de numerosos relatos breves en lo que hace a sus prioridades, gustos y afinidades literarias, lo cual resultará de evidente interés para los lectores de la actual narrativa española, en la que escasea este tipo de reflexión. En la última parte del libro, Soledad Puértolas nos hace el relato del punto de partida de sus novelas y de algunos de sus cuentos, en una suerte de ejercicio literario que, huyendo de la explicación al lector que los autores deben evitar, sirve de ejemplo final de uno de los temas que constituyen la materia de reflexión del libro: los confusos límites entre vida y literatura.
Leemos en el prólogo: «Escribí hace tiempo un relato que lleva precisamente el título que ahora doy a estas notas, La vida oculta. Trataba de un soldado que, convaleciente de las heridas de la guerra, accede de forma inesperada al descubrimiento de la belleza en los cuerpos de dos jóvenes extraordinariamente parecidos que se aman ante sus ojos. En realidad, no importa tanto en qué consiste la belleza ni quién le haya dado la oportunidad de contemplarla, sino el hecho de haberla descubierto y vivido. El soldado de mi cuento queda enmudecido para siempre, con su propia vida oculta iluminándole el alma, sin necesidad ya de pronunciar palabra alguna. Tal vez, si nos fuera dada una revelación así, enmudeceríamos, como él; pero, puesto que sólo se produce atisbos e intuiciones, escribimos, damos constancia de ello, para que duren más.» A lo largo de estas páginas nos vamos acercando a ese núcleo intimo en el que se forjan y cultivan los secretos que luego, con una mezcla de miedo, valor, audacia y osadía, irrumpirán en el mundo y serán distintos para cada lector, lográndose el milagro de que la fugaz visión del escritor se haya convertido, al fin, en visión para los demás, en visión imperecedera.