Hay personas que, a la primera ocasión, se calzan las botas y, como las cabras, tiran al monte. Y el fin de semana, escapada al Pirineo, y en vacaciones, trekking por el Atlas o ascensión al Kilimanjaro. Es esa pasión, a menudo obsesión, la que atraviesa y sirve de hilo conductor a los relatos que componen Mal de altura. Pero, ojo, que no son relatos montañeros. Las mochilas, los crampones, los piolets y demás son poco más que el atrezzo de unas historias que reflejan las aspiraciones, desilusiones, prejuicios, temores o momentos de felicidad que subyacen en las relaciones humanas, tamizadas por la mirada del autor, lúcida, certera y a menudo cargada de un humor muy poco inocente