El estilo de Mi hermano Carlos es limpio, sin subterfugios, apenas cortado por escenas retrospectivas que aumentan su interés. López Páez (1922) recrea el argumento de manera fiel, y evidente poder evocador, incluso con lirismo nada afectado, surgido de las situaciones. El escenario atrapa al lector y lo sumerge en el mundo de los niños.