«Buscando el bien y la vida se vino a topar con el rostro airado de Dios...»
1847, Península de Yucatán, República Mexicana. Ira y resentimiento campean en un mundo de blancos rodeados de criados y sirvientas mayas, de mujeres que no tienen nada más para dar que a sí mismas, de hombres con un par de manos y un machete que lo mismo desbrozan henequén que se rebelan contra sus amos.
Un mundo suave en apariencia, de una injusta pero permanente convivencia cotidiana que de repente estalla de maneras incomprensibles para quienes se han servido con holgura de tierras, hombres y mujeres. Una hoguera feroz, un infierno donde a pesar de todo hay trazas de humanidad y evidente, inquebrantable amor sustentado en la esperanza.