ntes que viento, que luz, que sombra y que montaña antes, muy antes- ya existían estos poemas en algún lugar, tal vez flotando bajo el aire. Sólo un poeta de la disciplina, oído y claridad de Alí Chumacero podía extraerlos del éter y presentarlos, reunidos, para enseñar al que lee a nacer en el fondo de la noche, a vivir de oírse el cuerpo y a entregarse al tiempo.