Thérèse Raquin (1867) fue la cuarta novela de Émile Zola y la primera en la que tomó forma literaria el ideario naturalista. A partir de un trágico suceso ampliamente comentado en la prensa de la época, narra una historia de pasión irreprimible, adulterio, asesinato y remordimiento en una oscura mercería del pasadizo de Le Pont Neuf. Escrita con «una meta científica» cosechó para su autor las más acerbas recriminaciones de los moralistas, incapaces de ver que «cada uno de los capítulos es el estudio de un caso fisiológico peculiar». El crítico Louis Ulbach (alias Ferragus) la llamó «literatura pútrida»… y en nuestros días Harold Bloom cree que «es más una fantasmagoría que una obra realista». En cualquier caso, más admirada que denostada, instauró un modelo novelístico que influiría en toda la narrativa occidental. «Escogí –diría el autor- personajes sometidos por completo a la soberanía de los nervios y la sangre, privados de libre arbitrio, a quienes las fatalidades de la carne conducen a rastras a cada uno de los trances de su existencia. Thérèse y Laurent son animales irracionales humanos, ni más ni menos.»