Londres, 1871.
Sus almas estaban atormentadas, sus cuerpos pedían a gritos amar y ser amados.
Alice es la mayor de las hermanas Atwood. Han pasado tres años desde que Alice fuera presentada en sociedad, desde que se encaprichara de un noble y desde que este mancillara su honor, tomándola a la fuerza. Desde ese día, Alice no está interesada en el amor, no desea tener un marido. Su alegría, esa que siempre irradió, poco a poco se ha ido ensombreciendo.
Anthony McLaine, marqués de Dumfries, había sido un crápula. Él y Thomas, el duque de Riderland, se conocieron en la Universidad de Eton y, desde el primer día, se hicieron inseparables. Habían compartido correrías nocturnas e incluso alguna que otra mujer. Sin embargo, nada queda en Anthony de aquel hombre despreocupado y libertino que un día fue. La muerte de su hermano y el hecho de figurar como la cabeza visible de su familia, que se desmorona a pasos agigantados, lo han sumido en una lacerante amargura que lo mantiene prisionero.
Al igual que Bella y Thomas, Alice y Anthony también se conocieron en el baile del duque de Wakefield, un año atrás. Ambos afirmaron no estar interesados en encontrar pareja si no era para compartir un simple baile. La postura de Alice no ha cambiado. Su interés en conocer a un hombre con el que poder plantearse una vida en común continúa siendo nulo. Anthony, quien ha pasado de comerse el mundo a ser devorado por él, tampoco está interesado en el amor.
Un inesperado viaje a Escocia, orquestado por Bella, hará que sus caminos se vuelvan a cruzar. ¿Encontrará Alice una razón para romper con su pasado, vivir su presente con esperanza y poder mirar al futuro con optimismo? ¿Será Anthony capaz de aceptar quién es, de irse desprendiendo de ese tormento que lacera su alma y de abrir las puertas de su corazón? ¿Podrán soñar, el uno de la mano del otro, con un mañana en el que no haya cabida para la soledad?