Ad fontes aquarum es una obra envolvente y sensitiva, de gran carisma, vigor incipiente y calidez de sentimientos. Sobre ella aletea el universo del símbolo para escapar de la angostura de una visión prosaica de la vida, para elevar el alma y despertar en esta el noble sentimiento de lo estético, que conduce a la armonía de la verdad. Con un hábil manejo del lenguaje y diestra facilidad en el empleo de palabras cultas y elegantes, ajenas al cotidiano manoseo, el poeta quiere dar a los poemas la pulidez que piden, la exacta precisión semántica y la hermosura sonora. Con sus trazas místicas, esta poesía entusiasmada por el ritmo de la vida y la naturaleza revitaliza el sentido de un Dios personal revelado en el cristianismo, capaz de cumplir las promesas de plenitud que asegura. Los versos se introducen en la fuerza de la creación, que rezuma bondad y belleza, y levantan la nostalgia hacia el Creador.