En Angola había vivido grandes desgracias, terribles experiencias para mi vida. Además
del abuso sexual, había crecido en esa eterna guerra que me había diezmado
vecinos y familiares. Debí abandonar las tierras que amaba por causa de la guerra,
también a mis amigos
Esta es la historia de Angelina, una mujer angoleña que llegó a Uruguay casi por
casualidad. Su destino, al igual que el de otros compatriotas suyos, podría haber sido
Brasil o Portugal, pero una mujer de los Cascos Azules uruguayos le tendió la mano y
así pudo llegar a nuestro país.
Su crónica de vida es similar a la de muchísimas mujeres africanas pero, al
mismo tiempo, su historia es muy peculiar.
Cuando me di cuenta de que yo quería más, que mi vida era mucho más que lo que
parecía depararme el destino, dije que no. No quería para mí casarme a los 14 años, tener
un hijo tras otro, y luego morirme a los 33, agotada de trabajo y sufrimiento
Tanto horror inclinó mi cabeza hacia una idea: algún día voy a irme de este país
El íntimo relato de vida de Angelina se convierte, sin proponérselo, en una denuncia
de la inequidad de género en las diversas sociedades contemporáneas. Desigualdad
que se expresa, según cada cultura y sociedad, ya sea mediante la violencia
doméstica, el racismo -que no atañe solamente a las mujeres-, la exclusión social
o la discriminación en el trabajo y en la retribución que reciben. Esta es una historia
de vida de denuncia pero, a la vez, de reivindicación de la condición humana en la
defensa de sus derechos inalienables.