Tres hombres hacen bajar de un vehículo a dos funcionarios bancarios con los ojos vendados bajo la excusa de tomarles fotos para simular un secuestro. En vez de eso, los ejecutan fríamente con sendos disparos en la cabeza. Arrastran sus cuerpos por la arena y los acuestan en una cama con dieciséis kilos de dinamita, que hacen explotar con una larga mecha en medio de una extraña tormenta de polillas que anidan en los relaves.
Hablamos del robo de un millón de dólares de la época a una sucursal del Banco del Estado en Chuquicamata. Este es el hecho que anima Banco de arena, la cruda y brillante novela que nos entrega Guillermo Valenzuela, quien representa la oscuridad y la violencia de una dictadura a través del grotesco de personajes tan comunes como insólitos.
Con una prosa cinematográfica, Valenzuela nos transporta a los cruentos años ochenta, en plena dictadura militar, y relata de una forma magistral un suceso que aún mantiene algunas aristas abiertas y nos pone de manifiesto que la vileza y la codicia no conocen límites.