Vivimos una crisis de la democracia en que la ciudadanía se manifiesta insatisfecha, molesta, incómoda o derechamente irritada con las élites. Se habla del resurgimiento del nacionalismo y el racismo. Se siente un enorme desorden, una Chacota que parece tener la consecuencia paradójica de inmovilizar a los sistemas políticos e impedir que se avance en temas sustantivos. Las instituciones de las democracias crujen y no es evidente cuánto más puedan resistir. Entonces aparecen los demagogos y tratan de convencernos a todos de la pureza de sus virtudes, sus poderes de superhéroe y el heroísmo dramático de sus convicciones.
En Chile acabamos de salir de un proceso exploratorio para iniciar un posible camino hacia una reforma constitucional. Para muchos, esa idea de hacerla era una expresión más del populismo imperante. Para Óscar Landerretche es todo lo contrario. Lo que se necesita para salvar a la democracia y la república de las garras de la demagogia y el autoritarismo es una actualización y modernización de nuestro contrato social, esto es, una reforma constitucional, solo que, quizás, mucho más atrevida, avanzada y moderna de lo que se ha pensado hasta el momento.