Adah, del pueblo igbo, «era una niña que había nacido cuando todos esperaban y predecían un niño. Por eso, como fue una gran decepción para sus padres, para la familia más cercana y para la tribu, nadie se acordó de registrar su nacimiento». Ya a los ocho años –o eso calcula– sueña con irse al Reino Unido, de donde regresan, rodeados de un aura mítica, los licenciados que integrarán la elite de Nigeria. Sin ayuda de su familia, consigue terminar la enseñanza secundaria y encontrar un trabajo de bibliotecaria en el consulado de Estados Unidos. Antes de los dieciocho años es una mujer educada, con un buen sueldo… pero sabe que solo el matrimonio le permitirá viajar y seguir estudiando. Así que se casa con Francis, un apuesto estudiante de contabilidad, a quien convence de matricularse en un curso en Londres. Una vez allí, el sueño muestra su otra cara: tiene que mantener a su marido, que la considera de su propiedad, empieza a tener hijos uno tras otro, y Londres –a pesar de las canciones de los Beatles– resulta ser una ciudad fría, triste e inhóspita. Prácticamente todos los detalles de Ciudadana de segunda (1974) coinciden con los de la vida de su autora, Buchi Emecheta, que llegaría a ser considerada la primera gran novelista negra de la Gran Bretaña de posguerra. Adah es «ciudadana de segunda» por partida doble –mujer y negra– y su camino a la liberación tanto del machismo igbo como de los mitos coloniales es narrado con una mezcla de ingenuidad, desgarro y tesón realmente excepcional.