Aguardiente, marihuana, éxtasis, ácidos, perico, Rivotril. Así podría resumirse una noche de José Covo cuando más sumergido estuvo en la experimentación con drogas, pero sería quedarnos cortos con lo que hay en este relato. También hay bajo mundo, habitantes de calle, locos, desadaptados y un permanente sentimiento de revelación mesiánica que raya en el borde del delirio. Pero esto seguiría siendo insuficiente, porque la mirada de Covo ofrece, al igual que algunas drogas, un desdoblamiento que le permite ver más allá, más adentro y, por fortuna, tomarse menos en serio.
Cuando José Covo llegó a Bogotá a estudiar Arte, probó nuevas drogas, leyó nuevos libros y empezó a frecuentar el consultorio de psicoanálisis de Masserman. Pero, mientras buscaba dentro de sí mismo un sentido ulterior, perdía contacto con la realidad, con sus amigos y con su familia. En estas memorias fragmentarias y luminosas, descarnadas e hilarantes, nos cuenta lo que es perderse y, quizás, volver.