Lucas e Ignacio son dos jóvenes seminaristas que muy pronto reconocen que están enamorados. Esta novela cuenta su historia de amor, mientras desmitifica temas como el enamoramiento entre dos hombres —porque el amor es el amor: siempre doloroso y conmovedor— y la fe religiosa —que no depende tanto de la confianza absoluta sino de la incertidumbre que no cesa—. Pero también es una novela en donde se encara la Colombia de estos años, que se va revelando a través del servicio que ejercen este par de sacerdotes en comunidades asoladas por la guerra y la desesperación.
Esta es una lección sobre el amor, sobre la vida vivida siempre a contracorriente y también sobre la muerte —pues Lucas e Ignacio han tomado la decisión de buscarla juntos—, pero sobre todo es una bella fábula, inspirada en hechos reales, acerca de cómo en un país arrinconado por sus miserias el sosiego espiritual sólo se consigue en la comunión con los demás.
Jaime Manrique regresa con una novela vital sobre el país, pues sus años de residencia en Estados Unidos no han eclipsado su vibrante conexión con las imágenes y los paisajes de Colombia, que quedan acá tan bien retratados. La prosa del autor, invadida por su poesía, marca con esta novela un punto muy alto dentro de su narrativa. Manrique ha conseguido que la de Lucas e Ignacio sea una historia de amor implacable.