En un mundo dividido, la empatía no es la solución:
es el problema.
Es habitual que pensemos que nuestra capacidad de experimentar el sufrimiento de los otros es una especie de fuente de nuestra bondad; sin embargo, no hay nada más equivocado. Paul Bloom, maestro de la universidad de Yale, revela que la empatía es uno de los principales motores de la inequidad y la inmoralidad en la sociedad. Lejos de ayudarnos a mejorar nuestras relaciones, la empatía es una emoción caprichosa e irracional que apela a nuestros propios prejuicios e, irónicamente, nos lleva con frecuencia a la crueldad.
Bloom, basando sus argumentos en investigaciones científicas, ejemplifica que algunas de las peores decisiones tomadas por individuos y naciones -a quién dar dinero, cómo responder al cambio climático, a quién meter en prisión- son impulsadas normalmente por honestas, aunque desviadas, emociones. Con precisión y sabiduría, Contra la empatía evidencia cómo ésta distorsiona todos los aspectos de nuestra vida, desde la filantropía y la caridad, hasta el sistema de justicia; desde la sanidad y la educación, hasta la paternidad y el matrimonio. Sin empatía, insiste Bloom, nuestras decisiones serían más claras, más justas y, sí, más morales.