En esta utopía, un viajero cansado de la “tiranía, la sofística y la hipocresía” se embarca en busca del conocimiento a través del Mar Académico, y llega a la isla donde se erige Cristianópolis. Su organización, análoga a la de un monasterio medieval, está basada en la práctica y enseñanza de la fe cristiana, en armonía con el ejercicio de la ciencia y la literatura. La moderación, la templanza, la pulcritud, el orden, la salud y, sobre todo, el amor se tienen como valores máximos, y en todas las relaciones, públicas o personales, predomina el afecto mutuo, minando el concepto de poder. Una guía de la sociedad perfecta que implica la simetría entre el adoctrinamiento religioso y las costumbres de la sociedad.