La historia de un comisario que arriba a Sudamérica para buscar al infante entre la mafia local, la burocracia y la ambición de quienes nunca pensaron en el daño colateral de su codicia.
Fontela no se conformaba y esa insatisfacción hacía de él un adicto al mal, hurgando desesperadamente en lo más profundo de la aberración humana, intentando palpar su textura, tocar consistencia... Esperaba algún día identificar signos que lo revelarán y, entonces, reconocería al criminal en un vistazo.
Ese era su plan de vida. Un crimen siempre deja huellas, pero estos indicios suelen diluirse cuando el contexto está lleno de corrupción, cuando la inocencia es una consecuencia de la mentira y la traición es el arma que se esgrime todos los días.
En Venezuela cualquiera puede darse por muerto cuando tiene al régimen en su contra; éste es el caso de un niño desaparecido diez años atrás. Sin embargo, hay indicios de que sigue con vida.