De viva voz reúne cartas, prólogos, alusiones, discursos y notas de Alfonso Reyes donde las meditaciones crecen hasta convertirse en verdadera colección de ideales y repertorio de experiencias, pero también en conciencia colectiva, retrato de lo que somos y de lo que deseamos ser. Aquí el autor reflexiona, por ejemplo, sobre la idea del bien castigado y del mal premiado en algunos textos literarios como el Zadig de Voltaire o Los infortunios de la virtud del Marqués de Sade o refiere, a propósito de un libro de Miguel Ángel Asturias, el pacto indisoluble que han jurado la poesía y el hombre, al tiempo que dedica algunas líneas al libro de uno de los poetas más representativos de Perú: “Cuando conocí a Alberto Guillén —escribe Reyes—yo creo que él no era feliz. Hacía otras cosas, escribía otras cosas. No distinguía bien las necesidades de su espíritu. Una lumbre de finura estética ardía ya dentro de sus ojos y esa lumbre desató un impulso. Y ese impulso —la investigación hacia la belleza— lo fue poco a poco sacando al camino real. Descubrirse, encontrar su camino. Cuando volví a ver a Alberto Guillén ya sus ojos eran sus ojos”.