He aquí un grupo de relatos llenos de vidas raras y de experiencias extremas bajo los turbios amaneceres que dominaban el país de la posguerra. Sus pequeños argumentos tratan del miedo a la muerte, de un erotismo muy carnoso, de la fascinación por el microcosmos animal, de la inmersión en la naturaleza, de voces sobrenaturales, de tristes peripecias humanas. Encontramos en ellos soperas habitadas, un nadador mecánico, broncos soldados paternales, niños sombríos… La atmósfera es sorda y paralizante, la escritura irónica. Es el fruto de una amistosa colaboración entre dos narradores que, aunque se hallaban aún en el "amanecer" de su carrera, dejan ver su común empuje literario, su capacidad inventiva y ese "agudo mal de la precisión" que caracterizó su madurez de escritores. Tienen la emoción y la vivacidad de una literatura que avanza a tientas. Contienen el arte en su fase más genuina y testimonial como si ambos escritores nos dejasen hacer con ellos un viaje privilegiado a la germinación de la que pronto sería la más admirable literatura de nuestro siglo xx. El libro se completa, en una segunda parte, con cartas y variados documentos que reflejan una fidelidad mutua que supo recrearse en la discrepancia y se mantuvo intacta hasta la muerte de Martín-Santos en 1964, pese a las vicisitudes personales de uno y otro.