Entre 1975 y 1978, en el marco de las dictaduras militares al sur del continente americano, una sucesión de feroces ataques contra políticos conmovieron al mundo. La muerte de Cecilia Fontana de Heber en un atentado con vino envenenado fue el atroz desenlace de aquel Uruguay oscuro. Ruperto Long, quien fuera testigo cercano de muchos de estos hechos, construye con pasión y con rigor una magnífica crónica novelada de aquella época terrible.
Promediando la década de 1970, un gris Uruguay sobrevivía como podía en medio de una dictadura militar respaldada por el Plan Cóndor. Dentro de las filas castrenses, algunos veían con preocupación un posible final de aquel régimen que habían instalado por medio de la violencia. Por ello, el asesinato que estaban por pergeñar tenía por objetivo ganar tiempo, dilatar cualquier eventual apertura democrática e incidir en la implacable pugna por el poder que tenía lugar entre facciones militares. Ese fue el origen del crimen que pretendió aniquilar a los tres principales dirigentes del Partido Nacional uruguayo, y que terminó cegando la vida de Cecilia Fontana de Heber.
El autor rescata al personaje de Cecil, esposa del dirigente Mario Heber y madre de cinco hijos, quien debió lidiar con la dura realidad que se colaba por las ventanas, sin sospechar que finalmente le golpearía las entrañas. Matilde, la esposa de Héctor Gutiérrez Ruiz, era su amiga querida, y sus maridos compañeros en la política. Por eso sus vidas se vieron atravesadas por los asesinatos del Toba y de Zelmar Michelini, las luchas y vicisitudes de Wilson, quien escapó milagrosamente de esa suerte (primero en Buenos Aires y luego en Londres), el crimen de Letelier y el eventual atentado a Edward Koch en Washington, y los entresijos de la CIA y la diplomacia. Una trama de intrigas y emociones que fueron la cruda verdad.
«Eran tiempos azarosos y lo importante era mantener viva la llama [...]. No teníamos armas, y no nos interesaba tenerlas [...]. Nunca recuperaríamos la democracia mediante la violencia. Nuestra única fortaleza eran las ansias de libertad de la gente.»