Escondido en un departamento cuyas paredes le recuerdan los límites de una tumba, los días y las noches de Roberto Iturri transcurren entre la memoria del esplendor perdido y la amenaza de un futuro encierro. Su presente no existe, apenas es una sucesión de pensamientos obsesivos y acciones mecánicas, al punto que ni siquiera el romance que mantiene con Gabriela consigue sacarlo por completo de ese marasmo. ¿Qué lo ha llevado hasta ahí? ¿Y quién es realmente?
Si la imagen del narcotraficante suele estar más cerca del capo de gruesos bigotes, del rufián despiadado o del nuevo rico enchapado en oro, Iván Slocovich presenta aquí a un sujeto que no por atípico es menos real ni menos peligroso. Roberto Iturri es, a simple vista, un buen muchacho, un hombre de familia, un joven y próspero empresario, el vecino de cualquiera. A sus espaldas, sin embargo, ha funcionado una oscura red de tráfico ilícito de drogas y no son pocos los cadáveres que ha dejado en su camino. Heredero sin escapatoria de un negocio turbio, su vida ha estado cercada desde siempre y no deja de ser señal y síntoma de una sociedad indulgente con el delito cuando guarda las apariencias.