Marguerite Yourcenar decía que el enemigo del fanatismo es el sentido común, y que pocas veces este último logra ganar la batalla.
El día que maté a mi padre es una parte de esa batalla incesante. Una puesta en escena de esa negación y también del coraje de vivir con los ojos bien abiertos.
Hijo de una familia judía que profesaba con naturalidad el amor por el marxismo-leninismo (los chicos jugaban en casa a ser soldaditos soviéticos), y particularmente de un padre omnipotente que muere por accidente de manera temprana, Sigal refugia su pronta orfandad en aquella fe de ideas irreductibles, aunque comienza a experimentar en secreto las crueles dudas de la lucidez.
Reedición actualizada de un libro inolvidable, una obra sin ficción cuyo sentido de la verdad es hondo y estremecedor.
Jorge Fernández Díaz