A mí, como a ustedes, supongo, no se me ha aparecido Dios Padre, ni su hijo Jesucristo. No hemos disfrutado de la gracia de ver su rostro que el Antiguo Testamento reconoce a Moisés, Abraham, Jacob, Isaías y Ezequiel; ni tampoco vivimos, en su día, en las tierras de Israel. No sabemos pues cómo eran sus rasgos físicos. Y si el desconocimiento nos ahoga cuando mencionamos las facciones, qué vamos a decir si tratamos de averiguar cómo eran sus manos y, en particular, sus dedos. Así que habremos de acudir, para aprehender su fisonomía, bien al mundo mágico de las inefables leyendas y fábulas, bien a una enriquecedora recreación, gracias a la mano del hombre, a través de las representaciones que durante dos mil años nos ha procurado el arte cristiano. La presente obra es un excursus por la pintura religiosa, que nos abre las puertas al disfrute estético y al poder visual de las imágenes. El arte sacro se exterioriza así como una forma sin igual de acercarnos, más allá de la fe, al misterio de Dios. La estética transformada en una abnegada colaboradora de la teología. Decía Baudelaire, que "no hay en la Tierra nada más interesante que la religión". Y, añadimos nosotros, ni mejor manera de aproximarse a ella que al hilo del arte. De un arte asentado en la humana reinterpretación iconográfica y simbólica de las manos y los dedos de Dios.