A un mundo de intereses y de codicia, de oscuras
y destructivas pasiones, de individualismos y de egoísmo, el príncipe Myshkin no responde con un llamamiento a la acción, su naturaleza reside en el amor, en la humildad, en la mansedumbre y resignación, en la misericordia y compasión.
Su inocencia, su fe y su ingenuidad no le impiden, sin embargo, ser una persona perspicaz, capaz de vislumbrar los movimientos más fugaces del alma.