El suicida es, para Alfonso Reyes, aquel ser que entra voluntariamente en la danza. Aquel que por lucidez, exceso de intenciones o de sensibilidades ha enfermado. Es un crítico que, por cansancio o por odio a las rutinas sagradas de la existencia, renuncia a su oficio. Pero, sea que haya explicado previamente o no su doctrina del mundo, hay que interrogar al suicida. Por lealtad a la vida, sobre cada tumba de suicida debiera abrirse un interrogatorio a perpetuidad. Tan inaplazables como éste, hay otros temas que se examinan a lo largo del volumen: la conquista de la libertad, los modos fundamentales de saludar la vida o la sonrisa: “la sonrisa que es filosóficamente más permanente que la risa”, son algunos de ellos. Ésta, como toda la obra de Reyes, es una respuesta a la existencia misma. El suicida nos recuerda que estamos a bordo de la vida; vivir es nuestra profesión.