Camila se dispuso a copiar sus apuntes de matemáticas. Allí tirados estaban sus cuadernos llenos de rayones, que eran la firma inconfundible del pequeño Sonio. Ella creyó que ésa era la peor sorpresa, pero aún le faltaba lo peor de lo peor: asomando la puntita debajo de la cama estaba el cuaderno de Silvina con tres hojas rotas y arrugadas, lleno de rayones amarillos y rojos y con la pasta desprendida.