Erasmo de Rotterdam, el erudito más influyente de su tiempo, dedicó toda su vida a construir una imagen de sí mismo que lo reflejara como un intelectual íntegro y como una persona guiada por una nueva educación ("humanitas y civilitas") basada en la piedad cristiana y en el deseo de paz universal. En 1523 se definía a sí mismo como amante de la verdad, fiel en los afectos, desdeñador del dinero y reluctante a las polémicas, no menos que sereno en el hablar. Sin embargo, como suele ser habitual en las personalidades complejas, los comportamientos no coinciden siempre con las intenciones.