Oliver cree que su vida es perfecta. Se ha esforzado demasiado por conseguirlo.
Sin embargo, recién cumplidos los treinta y cuatro, siente que su mundo se tambalea y no sabe cómo recobrar el equilibrio.
Las cosas en el trabajo no van bien, su matrimonio hace aguas y, por mucho que busque cuando abre los ojos por las mañanas, no encuentra ningún motivo de peso para levantarse de la cama.
Por eso sus amigos piensan que se merece unas vacaciones. Y su familia. Y, lo que es peor, su jefe. Sin saber cómo, acaba bajo el techo de un lugar muy especial escondido entre montañas, rodeado por un jardín de cuento y compartiendo espacio y silencios con Julia.
Julia, tan distinta a él y que no entiende por qué no puede dejar de mirarla.
Pero al final todo cobra sentido, porque, a pesar de que Oliver aún no lo sabe, en ocasiones todo lo que necesitamos es perdernos para encontrarnos.
«Gracias por hacer de los sueños rotos algo tan bonito…»