La vida, signifique lo que signifique, no es algo que pueda explicarse desde la eternidad. La memoria de Mariano Fortuny y Marsal ha estado demasiado condicionada por la épica de un destino artístico situado más allá de los avatares terrenales. Sin embargo, como todos los seres humanos, hubo de conciliar sus aspiraciones personales con la complejidad de un sistema que cambiaba rápidamente, condicionado por las apariencias y el dinero. A mediados del siglo XIX, el arte empezó a funcionar como un elemento de prestigio para una nueva élite deseosa de exhibir su poder, no siempre experta en sutilezas estéticas.