En el contexto del crecimiento de la militancia revolucionaria en la década del 70, muchas mujeres se integraron a la lucha. Su participación y sus posibilidades de ascenso dentro de la organización político-militar estuvieron limitadas por la persistencia de prácticas tradicionales de género. Esta situación contrastaba con un discurso muy crítico al orden político, económico y social vigente, y que se proponía como alternativa la construcción de un “hombre nuevo” inserto en una sociedad más justa e igualitaria.