Las imágenes, desde las pinturas rupestres hasta la pantalla de Internet, nunca han perdido su aura mágica. ¿Por qué se destruyen las estatuas de los gobernantes tiranos? ¿Por qué llevamos fotos de nuestros seres queridos en el móvil? ¿Por qué el creyente besa los iconos y las estampas religiosas? La razón está en que seguimos creyendo que las imágenes influyen en nuestras vidas. De ahí que el valor de las imágenes se pueda medir por su aureola imaginaria.
Ese carisma de la imagen la hace intermediaria entre la realidad y nuestra percepción. De ahí que las personas de pensamiento poco formado confundan la imagen con su verdad. El niño mira detrás del espejo para ver dónde se esconde su imagen. El iconoclasta borra el rostro de Dios en un fresco o lo ciega en una escultura creyendo que lo mata. La hechicera practica vudú pinchando alfileres en un muñeco para dañar a una persona. El amante despechado rompe la foto de la pareja que le ha dejado.
Pedro García Martín nos acompaña en este libro en un paseo por la historia de la mano de las imágenes que conforman nuestro pasado e influyen en nuestro presente.