Cuando la superstición está de por medio las diferencias no existen. Un grupo de niños, un viejo filósofo, un científico jubilado y la gente pobre del callejón cargan una cruz hasta la cumbre de un cerro para recular al demonio, porque saben que el dolor, la miseria, la enfermedad y la demencia llevan su firma. Al menos, eso creen los que se sienten condenados.