El Estado es un fenómeno característico de la Edad Contemporánea: aparece en el siglo XIX como resultado de la Revolución liberal, y sustituye a la Monarquía del Antiguo Régimen. Se trataba de superar la tradición monárquica de mantener el orden para hacer realidad la ambición revolucionaria de transformar el país: la Administración pública fue el instrumento ideado para que la acción de gobierno llegara hasta los últimos rincones del territorio, impulsando el progreso en las más diversas actividades de una sociedad que se concebía como "nación".
Construir el Estado requirió de un largo esfuerzo de reflexión doctrinal, creación de instituciones, reclutamiento de soldados y funcionarios, construcción de oficinas y cuarteles, recaudación de impuestos, organización, difusión de símbolos, y despliegue por el territorio.
Sin duda, la materialización del Estado, que se extiende a lo largo de todo el siglo XIX, fue un proceso complicado, conflictivo y discontinuo, con varios proyectos en pugna y con referentes internacionales diversos. Pero, si se mira con perspectiva histórica, la construcción del Estado español contemporáneo aparece como un caso temprano y relativamente exitoso. La proximidad de Francia y la drástica reducción del imperio colonial en los inicios del siglo fueron dos retos decisivos para impulsar la formación y consolidación de un Estado-nación que se encuentra entre los más estables de Europa.
La construcción del Estado fue un proyecto de tal envergadura que involucró a todos los sectores de la sociedad española, transformando las estructuras económicas, las identidades, los marcos culturales y los alineamientos políticos. Frente a la insistencia convencional de los historiadores en hablar de la nación y los nacionalismos, una mirada al sustrato material y político de todo ello, que fue el Estado, nos muestra otra imagen del legado que nos dejó el siglo XIX; y ofrece la posibilidad de una lectura diferente de la Historia contemporánea de España.