Las memorias de un escritor irrepetible que contempla, desde la atalaya de su avanzada edad, su pasado enmarcado en el convulso Siglo de Oro.
La Torre de Juan Abad, Ciudad Real, 1 de noviembre de 1644. Quevedo llega falto de salud, como él mismo nos dice, a las tierras de su señorío después del calvario de un angustioso viaje. Ha permanecido varios años en prisión sin conocer el motivo del castigo. Está completamente destrozado y sus enemigos intentan asesinarle.
A pesar de las dificultades para disfrutar de un retiro tranquilo, emprende la tarea de reconstruir lo que ha sido su vida. De su extraordinaria pluma surgirá La hora de Quevedo, un secreto legado que dejará a su sobrino Pedro Alderete Quevedo y Villegas, a quien ha elegido titular del señorío.
Quevedo desvela, en primera persona, la dualidad de un espíritu elevado que también se implica en las mezquindades del poder. El escritor, a veces cínico y popular, el poeta de hondo lirismo nos ilumina, mientras es acosado por los que quieren acabar con él, sobre una existencia repleta de luces y sombras.